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Artículos de la Villa de Espera

Espereños en la Guerra de Filipinas

 

 

ESPEREÑOS EN LA GUERRA DE FILIPINAS

    

     1.898 fue un año crucial  para la historia de España. Fue el año en que se perdieron las últimas colonias españolas en América y Filipinas. Tanto en Cuba como en esta últimas islas hubo espereños, que por distintas circunstancias combatían en las filas del ejército español. A uno de ellos lo conocí personalmente pero no tuve edad para que me contara su historia, aventuras y desventuras en aquellos días del ocaso del Imperio español. Me refiero a José Lozano González  “Varela”. A otro de ellos “Porrúa”, no llegué a conocerlo. Pero uno de estos espereños tuvo el “detalle” de dejar escrita una carta en la que relataba sus andanzas por la isla de Luzón, en Filipinas. Esta carta  debe ser  un verdadero tesoro para todos nosotros, pues estos acontecimientos en Filipinas constituyen una página heroica dentro de la Historia de España, a la cual contribuyó este paisano nuestro, al que desde aquí le rendimos homenaje. Me refiero a Francisco Díaz Romano.

 

  La emancipación de Filipinas de España culminó en 1898, durante la regencia de María Cristina De Habsburgo-Lorena, viuda de Alfonso XII, durante el gobierno de Práxedes Mateo Sagasta.

  España mantenía su soberanía en Filipinas con apoyo de una reducida fuerza militar. En torno a 1890 comenzó un movimiento de insurrección entre los indígenas por el descontento con los administradores, y paralelamente se desarrolló el sentimiento de independentista que fue fraguando en la formación de la Liga Filipina, fundada por José Rizal (1892) y en la organización clandestina Katipunan, creada por Andrés Bonifacio y Doroteo Arellano, principales dirigentes de la insurrección en 1896. Desde esta fecha la insurrección tagala se extendió por la provincia de Manila. El capitán Camilo García Polavieja llevó a cabo una política represiva, condenando a muerte a Rizal, (como veremos en la carta). Pero la insurrección continuó dirigida por Emilio Aguinaldo. El nuevo capitán general, Fernando Primo de Rivera, consiguió firmar el pacto de  Bial-Na-Bato, en 1897, que significó una pacificación momentánea.

  Aguinaldo fue exiliado a Hong-Kong (Oncón en el texto) contactando con el cónsul estadounidense, quien le prometió ayuda. A partir de ese momento la escuadra norteamericana mandada por Dewey se dirigió a Manila y atacó el fuerte de Cavite el 1 de mayo de 1898. La incapacidad española llevó a la firma del Tratado de París el 10 de diciembre de 1898 España reconoce la independencia de Filipinas, junto con Cuba y la isla de Guam. Filipinas pasa realmente a manos norteamericanas hasta 1946.

  La carta que viene a continuación nos cuenta los avatares que sufrió Francisco Díaz Romano durante su estancia en la isla de Luzón desde su llegada hasta que es embarcado por los americanos con dirección a Manila para ser deportado a España.

  La carta dice así:

 

 RELACIÓN DEL SERVICIO MILITAR DE FRANCISCO DÍAZ ROMANO. ESPERA.

 

     “Pertenezco a la Quinta de 1.895 (extraordinaria), tenía diez y ocho años; fui excedente de cupo con el número 1.912; a consecuencia de la guerra de Cuba y Filipinas fuimos movilizados los excedentes para guarnecer las plazas de España, destinándome a Córdoba. Fui sorteado tocándome a Filipinas. Me trasladaron a Guadalajara formándose el Bon. Exp. nº 8. Desde allí nos enviaron a Barcelona embarcando en el “LEON XIII”, desembarcando al mes en Manila.

     A los cuatro días de estar allí se formó una columna para cortar la retirada al enemigo que huía de Cavite hacia la provincia de Bulacan y desde entonces estuve de operaciones hasta que terminó la guerra, siendo los ataques más encarnizados uno en un pueblo llamado Bombín (Provincia de Nueva Écija). En un pueblo llamado Calumpín (Calumpit) capturamos una noche tres cabecillas; uno de ellos llamado Vicente Acordeón, fusilados los tres al siguiente día.

     El Jefe supremo de la fuerza era el Excmo. Sr. D. Camilo Polavieja que mandó fusilar al cabecilla Rizá (Rizal) e indultó a Emilio Aguinaldo, desterrándole a Oncón (Hong-Kong). Aquel general fue relevado por el Excmo. Sr. D. Fernando Primo de Rivera y, estando este general al mando de la fuerza, fue cuando la escuadra americana rescató del destierro a Emilio Aguinaldo, volviendo a hacer propaganda y sublevando a los soldados indios, motivando el que fueran prisioneros muchos españoles.

     A consecuencia de los muchos bombardeos que sufrió Manila, fue trasladada la esposa de D. Emilio Abusti (Basilio Augustín, sustituto de Primo de Rivera llegó al archipiélago el 9 de abril de 1898, desconociendo totalmente la situación) a Macabebe. Poco después fue  sitiado este pueblo por los americanos y entonces fuimos concentrados con todos los destacamentos para ir a salvar a la esposa del General antes dicho; esta columna la mandaba el general Moné, pero a los cinco o seis kilómetros de marcha sufrimos una emboscada por la traición de algunos soldados de acuerdo con el enemigo, cuando nos dimos cuenta estábamos dentro de una balsa y entonces el enemigo rompió el fuego sobre  nosotros, haciéndonos numerosas bajas, pues de 4.000 hombres que formamos en la columna quedamos unos cuatrocientos. Cuando estábamos en el fragor de la lucha se sintió enfermo el general Moné y quiso retroceder, impidiéndolo un teniente coronel (por cierto muy valiente) que le hizo ver lo peligroso que era volver a San Fernando ya que el enemigo nos había cortado la retirada y era de suponer (como así fue que se habían apoderado de la población; le aconsejó que se metiese en una camilla, lo que hizo; entonces el teniente coronel tomó el mando de la fuerza; no recuerdo el nombre de este teniente coronel, sólo sé que era vasco, estando postergado porque ser de los sublevados con el general Villacampa.

     A eso de las cuatro de la tarde cesó el fuego e hicimos alto al lado de un río próximo a Macabebe, haciéndosele la primera cura a los pocos heridos que pudimos recoger. Una hora después vimos venir hacia nosotros un indio con bandera blanca siendo portador de un mensaje, y siendo conducido hasta la Plana Mayor. De allí salió al poco tiempo con otro mensaje en contestación al que trajo; un cuarto de hora después vimos venir por la carretera una avalancha de indios dando gritos, algunos que hablaban castellano nos decían que soltásemos los fusiles y nos cruzásemos de brazos; nos creímos que habían hecho una entrega con nosotros, pero no fue así y sí una medida de represalia que tomó el teniente coronel: cuando se hallaban los indios a unos veinte metros tocó el cornetín de órdenes de fuego y les hicimos una matanza imposible de explicar. El enemigo, después de la derrota sufrida, se dispersó sin dar un solo tiro en toda la noche.

     Ya anochecido se acercó a la orilla del río un barco pequeño con cascos a remolque en el que embarcamos y nos condujo a Macabebe. En dicho pueblo permanecimos dos meses, hasta que el enemigo concentró fuerzas sobre él y hasta un cañón (el único que vi por aquella comarca durante los dos meses que estuvimos) no cesando los ataques ni de noche ni de día.

     Viendo la superioridad del enemigo se hacía imposible el seguir defendiéndonos por más tiempo. Dispusieron hacer la retirada hacia Manila.  Así es que, mientras que unos sostenían al enemigo, otros embarcaron en el barco llamado “Leite”, que también llevaba cascos. Por mi mala suerte me tocó en la guerrillera más lejana con otros veinte o veinticinco que tuvimos que proteger la retirada hasta que toda la guarnición estaba embarcada y, por tanto, tuvimos que embarcar en el último casco. A las pocas horas de navegación se puso la mar alborotada no pudiendo navegar el barco con tanta carga, disponiendo dejar el último casco anclado con los que habíamos dentro, diciéndonos que en cuanto llegasen a Manila volverían por nosotros. Estuvimos toda la noche esperando y a merced de las olas, no parando de entrar agua en el casco que nosotros retirábamos con los platos. Ya entrada la mañana se nos aproximó un barco con bandera americana que nos recogió, pero en vez de llevarnos a Manila nos llevó a Cavite y allí fuimos entregados a los insurrectos quedando como prisioneros.

     Lo primero que hicieron con nosotros los indios fue quitarnos la ropa que ellos se pusieron, dejándonos en calzoncillos. Aquel mismo día nos metieron en un presidio que daba al mar y allí permanecimos unos veinte días, siendo conducidos después a un pueblo de la provincia de Nueva Écija. Allí nos llevaron ante un Tribunal y nos fueron escogiendo los indios más pudientes para que les sirviéramos de esclavos y así nos llamaban. A mi me escogió un indio. Su nombre era Esteban y tanto él como su mujer, cuyo nombre era Petronila, se portaron muy bien conmigo pues eran muy religiosos (él había sido sacristán). Sin embargo, pasé mucha hambre. Las comidas no alimentaban por no tener grasa de ningún género y, a consecuencia de esto, todos los días morían algunos que, por orden del Tribunal, teníamos que enterrar.

     La enfermedad sólo era una anemia general producida por falta de alimentación: Yo pude escapar de ella por no tener inconveniente en comer ratas y gatos asados.

 

     En la retirada de Macabebe resulté herido levemente en un pie por rozadura de una bala y, ya prisionero, no me curaron y se me infestó la herida, estando padeciendo unos seis meses. La única medicina que se me aplicaba era carbón machacado, recomendado por el indio Esteban.

     Al año aproximado de estar en San Ildefonso (el pueblo al que nos llevaron prisionero), nos trasladaron a un territorio al que le decían Biga  y, no teniendo amo allí, teníamos que vivir de la limosna que consistía en puñaditos de arroz. Desde aquel terreno se oía el cañoneo americano, por lo que nos trasladaron a otro sitio que le decían El Abra. Allí nos dedicaron unas chozas que le llamaban “camarín”. Estábamos sin vigilancia pues todos los indios estaban en el frente, pero si notaban que alguno intentaba la fuga, seguidamente le mataban, como le ocurrió a dos grupos que lo intentaron, al sorprenderlos. Cuando empezamos a oír  los disparos de los fusiles americanos intentamos escapar, pues teníamos la seguridad de que aquella gente nos matarían antes de entregarnos. Así es que una noche nos escapamos nueve que habitábamos en la choza antes dicha y, al amanecer llegamos a las primeras guerrillas americanas. Por cierto nos recibieron  muy bien. A los cuatro días de estar con los americanos, como no paraban de presentarse prisioneros escapados de los indios, llegamos a pasar del centenar. Entonces nos llevaron a un puerto que no recuerdo su nombre, embarcándonos con dirección a Manila.”

     Esta es la carta que como testimonio de sus vivencias en la guerra de Filipinas nos dejó escrita nuestro paisano Francisco Díaz y que hemos querido publicar para hacer un pequeño homenaje a este espereño que escribió, junto con otros españoles, una de las páginas más heroicas de la Historia de España.

Índice de Artículos de la Revista 1999

 

 

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@ Antonio Durán Azcárate. 2001  - 2006  Espera ( Cádiz ) ANDALUCÍA - ESPAÑA