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REVISTA DEL CRISTO 2006

El mito del Jardín de las Hespérides

            

El mito del “Jardín de las Hespérides”

  

-         Papá, ¿subimos a esa roca tan grande? –preguntó la inquieta niña.

-         ¿Al peñón de la Angostura? Nena; para subir, hay que tener cuidado; no vayamos a resbalarnos y pegarnos un testarazo.

-         Subiendo despacio, no nos pasará nada – insistió la pequeña a su padre.

-         Bien. Atravesemos el Puente de la Angostura y dirijámonos hacia el peñón – dijo el padre.

 

Pausadamente y con precaución subieron los dos hacia donde quería la niña. Llegados a  la base del peñón, tras subir bordeando la pequeña pero estrecha y peligrosa ladera, la chiquilla no paraba de hacer preguntas al padre sobre el arroyo que se veía abajo, sobre el peñón, sobre el puente, etc. Así que, decidido a descansar, comenzó el padre a narrarle una leyenda a su hija sobre aquella zona. La chiquilla rápidamente se calló, se sentó sobre una roca y, con los grandísimos ojos fijos en su padre, esperó ansiosa la narración. El hombre, sonriente por la actitud de su hija, comenzó así:

 

-         Hace muchos siglos…

-         ¡Oye, papá!, ¿qué es un siglo?

-         Laurita, un siglo equivale a cien años. Pero, hija, si me vas a interrumpir continuamente… tu madre nos tira el arroz a la cabeza cuando lleguemos para comer.

-         ¡Bueno!, como a mí el que me gusta es el de Maribel… ¡Vale, vale, no me mires así! Ya no te interrumpo más; sigue.

-         Hace muchos, muchos siglos esta zona era bellísima. Los antiguos la llamaban “El Jardín de las Hespérides”. Los dioses la habían dotado de una gran fertilidad. Los árboles producían todo tipo de frutas, algunos manzanos daban manzanas de oro; la tierra producía trigo en cantidades ingentes, etc.

 

Reinaba en esta región el rey Hespero, hombre sereno y benévolo, cuya mayor preocupación la sufrió cuando el poderoso Hércules….

 

-         ¿Ese de las películas que tenía mucha fuerza?- preguntó, repentinamente, la criatura al padre cortándolo.

-         Ese; exactamente ése. ¿Puedo continuar? – inquirió el padre.

-         Sí, sí; sigue, que me está gustando.

-         Hércules vino al Jardín de las Hespérides para cumplir el deseo de Euristeo que deseaba tres manzanas de oro. Al entrar en esta región, tuvo que enfrentarse a un terrible dragón, encargado por los dioses de la protección de las manzanas de oro. Hércules consiguió vencerlo, ayudado por Hesperetusa; ésta era un de las tres jovencísimas hijas del rey Hespero. Tras esto, Hércules hizo amistad con las tres jóvenes (Hesperetusa, Eritia y Egle) y les prometió su ayuda si alguna vez la necesitaban.

 

Pasaron los años. La felicidad, alegría y paz eran totales en el Jardín de las Hespérides. Hesperetusa se enamoró del valiente, noble y apuesto Angos. Pero ese bello amor despertó la envidia y odio del Guijos, Fate y Carion, rivales de Angos en el amor. Los tres tramaron la muerte del elegido y, pocos días antes de la boda, lo asesinaron vilmente cuando Angos se dirigía al encuentro con su amada.

 

      Enterada Hesperetusa de la desgracia, se dirigió hacia donde yacía el cadáver de su amado y lloró, lloró… Tanto lloró sobre cadáver que las lágrimas penetraron en el subsuelo originando una fuente salina que al poco tiempo convirtió casi toda la región en una laguna salada. El Jardín de las Hespérides perdió su fertilidad; la tierra, en señal de luto, se negó a dar frutos. La guerra entre Hespero y los aliados traidores fue horrible.

 

      Desesperadas, Hespertusa y sus dos hermanas rogaron a la diosa Atenas que avisara a Hércules para que las ayudara.

      El héroe mitológico llegó raudo y juró vengar a Angos y castigar a los tres traidores, causantes de tanta desgracia.

 

      Los persiguió y acorraló en la laguna salada. Allí los fue matando, tras duro combate, y sus cadáveres, atados a la cola del legendario caballo Pegaso, fueron arrastrados y estrellados contra un borde de la laguna. Como consecuencia del impacto, se abrió una brecha en el cerro que contenía a la laguna. Un extremo; y la apertura producida, por donde fluyó el agua salada, es el arroyo que va por debajo de nosotros; en el centro de la antigua laguna queda el nacimiento del arroyo El Salado, y el puente, construido mucho después, sobre el arroyo recibió el nombre de “La Angostura”, en recuerdo al malogrado Angos.

 

-         O sea – interrumpió la niña-, que ese río, el puente, este peñón y La Salina, donde vamos a coger espárragos, ¿son los restos de la batalla de Hércules?

-         Tú lo has dicho, cielo. Así fue. Pero, déjame acabar. Hércules, cumplida su promesa, se despidió de las tres jóvenes y se marchó del ya perdido Jardín de las Hespérides. El rey Hespero, viendo destrozado su idílico reino por la fatalidad, se despidió de sus tres hijas y, sobre un enorme dragón (último de su linaje), se dirigió hacia las estrellas, entre las que se quedó para siempre. Las tres hijas, destrozadas por todo lo acontecido, decidieron irse de aquella región y se dirigieron muy, muy al norte en varias embarcaciones con sus más fieles amigos.

 

Dicen las leyendas que ellas fueron las fundadores de la ignota Thule, y el antiguo “Jardín de las Hespérides” se perdió en la memoria de los siglos. Sólo unas pocas personas conservaron en su memoria el lugar exacto de ese jardín y lo transmitieron generacionalmente a sus descendientes.

 

¿Te ha gustado, pequeña?

 

-         Dime, papá; ¿las leyendas y cuentos son verdad?

-         Hija, las leyendas y cuentos, si los niños quieren, son verdad. Recuerda siempre esto: “Los niños podéis convertir la fantasía en realidad”.

-         Me encanta esa leyenda para mi pueblo. ¡Me la quedo!

-         Perfectamente; pero, vamos para casa… que hay que almorzar.

 

Padre e hija emprendieron el regreso hacia el pueblo; pero, de vez en cuando, la niña volvía sus ojos hacia atrás localizando los lugares nombrados en la leyenda recién escuchada y ufanándose, en su interior, de haber nacido en un pueblo tan antiguo y nombrado: el más bello del mundo para ella.

  

Juan José

 

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