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REVISTA DEL CRISTO 2006

¡¡¡Compañeros de fatiga!!!

            

¡¡ COMPAÑEROS DE FATIGAS!!

 

             Al principio de Mayo el grillo sierra el verde tallo de las mañanas; la lombriz enloquece buscando su último agujero en las noches; la cigüeña pasea los medio días por las orillas fangosas del arroyo Salado y en el monte, bajo el agua estancada, se encoje miedosa cuando las urracas van a beberlas.

             La vida vuelve.

             La cuadrilla de la siega pasa por las puertas en horas tempranas, anda en silencio, en oración –terrible oración de esperanza.

 

            Al llegar al puente, lo abandonan por los caminos del pueblo del campo; se agrupan; alguien canta; alguien pasa la bota al compañero; alguien reniega una alpargata o cualquier otra cosa pequeña.

 

            En la cuadrilla van hombres solos del noroeste, donde un grano de trigo es un tesoro, otro de la parte central, el quinto de donde los hombres se muerden las uñas y lloran inútilmente. Cinco hombres que forman un puño de trabajo. Tito Marañas y Amadeo, al que le salen pelos por detrás de las manos y que se afeita con una hoz.

 

            Del centro Juan y Conejo. El quinto del sur, callado; cuando más decía era sí o no; al quinto le llaman sencillamente por el buen sentido del humor.

 

            “El quinto” le dijo en la cantina donde se encontraron y les preguntó: ¿si van por el camino, y no molesto, voy con ustedes?

 

            Tito Maraña le contestó:

 

            Pues venga….

 

            Ahora, los tres van agrupados por el camino largo de los segadores. Tito conoce el terreno.

 

            Todos los años deja su casa para seguir a jornal. Al mediodía se ponen en un sombrajo.

 

            De la bota del pobre se bebe poco  y con mucha precaución.

 

            Al pan del pobre no se le dan mordiscos hay que partirlo a trozos con la navaja.

 

            El queso del pobre no se descorteza, se raspa.

 

            En el sombrajo descansan y forman los cigarrillos de las mil muertes del fuego, del encendedor tosco y seguro.

 

            Han dejado de hablar de las cosas de siempre; esas cosas que acaban como empiezan: la mujer habrá terminado de hacer la faena de la casa, los niños estarán jugando en la calle…

 

Una larga pausa y la vuelta.

 

             Bueno andando. Para las cinco podemos estar en la cocina. Para las seis en el pueblo. Por la ladera uno saca una madera del bolsillo, que talla como una navaja.

 

            -¿Qué haces? – le pregunta Juan

 

-         Un trompo para que juegue el niño.

 

Ya en el pueblo, entre casa y casa, crecen las tinieblas. El cielo esta morado y los perros ladran al paso lento de los cincos hombres.

 

Tito conoce a los que se asomaron a las puertas al verlos llegar. Tito vocea a un campesino sentado en la puerta de su casa:

 

-¿Qué, Martín, hay pajas para cinco hombres?

-         Hay, pero no paje.

-         Da igual, ¿A cuántos necesita usted?

-         Con dos me arreglo, porque tengo otros que llegaron ayer.

-         ¿Y del jornal, el de siempre? Ya aumentará usted una pesetilla.

-         Están los tiempos malos, pero se ha de ver.

-         Precisamente están los tiempos malos. No se marcha la gente de su casa, porque estén buenos; ni porque  la vida sea una delicia; ni porque los hijos tengan todo el pan que quiera.

 

Tito arruga la frente y dice: tú, Juan, y tú, Tito, podéis quedaros con él; ya nos arreglaremos nosotros”.

 

Dando la vuelta, llega a la iglesia

 

-         Dejad ahí los hatos. Vamos a ver si nos dan algo de comer.

 

En la cocina le dan un trozo de tocino, pan y vino.

 

Entonces Martín dice: - “Tito, alegra la cara con la comida y canta algo; no estoy de buen año”.

 

-         Tengo la garganta con nudo

-         Cuanto mas viejo mas tuno

-         Pues cantaré.

-         Al marchar a la siega

-         Entran rencores

-         Trabajar para ricos

-         Y seguir de pobres.

 

Sobre los campos salta la noche. Un ratón corre por el pajar. Los segadores están tumbados.

 

-         Oye, Juan, son unos 20 días aquí. A doce pesetas, ¿cuánto viene a ser?

-         48 duros.

-         No está mal.

 

Juan y Conejo trabajaban con Martín Tito Maraña, Amadeo y “el 5” con otros segadores que llegaron un día después, segaban en la finca de alcalde. No se veían los dos grupos más que cuando marchaban o volvían del trabajo por los caminos.

 

Tito, Amadeo y el 5º dormían en el pajar del alcalde. Se pasaban el día en el campo. A la 4º jornada apretó el calor; los segadores sudaban. Las culebras buscaban la garganta con agua y vinagre.

 

            Un viento pardo levantó una fuerte polvareda; todo lo recibieron de perfil para que no les dañara, excepto el 5º que el cogió de espalda segando. Le llamaron y fue inútil. No contestaba. Cuando levanto la cabeza ya era tarde. El 5º llegó al pajar tiritando y no quiso cenar. El alcalde llamó al médico. El médico opinó que aquello eran tonterías.

 

-         Tal vez, haya bebido agua fría.

 Tito le dijo:

-         Mire, señor médico fue el viento que mata el cereal y quema la hierba.

Tito le echó una manta.

El 5º temblaba. Le castañeaba los dientes, Tito pregunta: ¿qué tal, ahora?

 

-         Bien. No te preocupes.

-         ¿No me tengo que preocupar? No te podrás ir has venido con nosotros y dentro de cuatro días nos vamos.

-         Bueno, que más da; no me echarán a la calle; y, si me echan, pues me voy al hospital hasta que sane.

-         Bueno, aquí tienes lo tuyo; aunque no has trabajado más que 3 días y te hemos estado dando de comer todos estos días, te damos diez duros. Se dieron la mano, se despidieron y un mes más tarde se enteraron que el quinto había muerto.

  

(En honor a los trabajadores/as del campo)

  

Eugenio Bautista

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