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REVISTA DEL CRISTO 2006

Herencia Cultural

              

HERENCIA CULTURAL


 

            Como todos los años, en la primera semana de septiembre algo pasa en este nuestro pueblo. Se podría decir que se “despierta” de un verano caluroso, a la sombra del Stmo. Cristo de la Antigua. Podemos creer que esta festividad se repite como siempre y desde la noche de los tiempo en la historia de la villa de Espera. Pero cada vez que la celebramos hacemos algo que cambia la forma de verla, siempre aportamos tradiciones o costumbres que hacen que sea única, y no tiene por que ser a nivel del pueblo, sino en el interior de nuestros hogares.

 

            Vamos aportando, introduciendo y cuando miramos atrás nos damos cuenta del rastro que estamos dejando y que posiblemente sean nuestros predecesores los que recojan el fruto de años de pequeños cambios.

 

            Las fiestas, tradiciones y demás costumbres, son como todo en este mundo. Primero aparece como de casualidad y después se va “refinando”, puliendo y acaba como la conocemos.

 

            Las fiestas patronales del Stmo. Cristo no es sólo el culto a la imagen en sí, sino en esos pequeños detalles que hemos ido recogiendo de la siembra de nuestros antepasados, organizándolos y dándoles sentido dentro de la tradición, por eso al mirar en la historia muchas cosas nos parecen inverosímiles e incluso increíbles. Por lo tanto y siempre que  nos pase esto debemos recapacitar y pensar que es algo que nosotros vivimos pero de otra forma.

 

            Pues con el Cristo pasa igual y me pregunto; ¿Qué es lo que tanto nos atrae? ¿Por qué tanta devoción y cariño? No responderé a esto simplemente por el hecho de que cada persona lo verá de manera distinta, y si diera todas las razones, seguro que éste libro no sería suficiente para dar cuenta de ellas. Entonces caemos en la cuenta de que esos pequeños detalles son los que confortan las grandes tradiciones.

 

            Siempre pasa así, y hay que imaginarse el primer paseo que dio nuestro patrón entre nosotros.  ¿Qué les movió a esos espereños para sacar al Cristo de su castillo y entregárnoslo durante en tiempo? La respuesta se nos aparece pronto, la misma que hace que cada año vayamos a verlo, la misma que nos impulsa a pedirnos algo, que nos recuerda que lo tendremos siempre, escuchando nuestras súplicas. Por eso inclina su cabeza, venció a la muerte y nos mira a nosotros sus hijos, y entonces le da igual el nombre que le pongamos, porque sabe que todos son sinónimos de Padre.

 

            Nosotros lo encerramos en una urna para protegerlo y no sabemos que es Él el que nos protege en su particular urna de madera y cristal. Le mostramos el respeto no ya durante el año, sino cuando viene a nuestra memoria.

 

            Ojalá esta costumbre no se pierda, y ya no sólo por la calidad y valía de ésta festividad, también por el valor espiritual que desprende, para que cada año acudamos en masa para admirar a un crucificado que tanto significa en nuestras vidas.

 

JUAN DURÁN MACÍAS

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