Todos, o casi todos, hemos entrado alguna vez en un hospital, bien para visitar a algún familiar o amigo, o bien porque hemos estado ingresados por alguna dolencia o enfermedad. Cuando ésto ocurre, como es lógico, entramos en la habitación del paciente y si somos nosotros los que estamos ingresados, nos hacemos amigos de otros pacientes.

Si pensamos detenidamente, en ninguna de las habitaciones que visitamos, en la cabecera de la cama vemos fotografías de equipos de fútbol, de artistas, ni tan siquiera de algún familiar, sólo vemos fotos de Santos, y como es natural tenemos los santos en os que ponemos toda nuestra fe. Cuando estuve cerca de sesenta días ingresado en el Hospital de Jerez de la Frontera, ni se me pasó por la cabeza poner una fotografía de mi equipo favorito, que como sabéis, es el Sevilla. Sabía que estos señores futbolistas no me ayudarían en nada a curar mi enfermedad. Yo tenía en la cabecera de mi cama, a mi Cristo de la Expiración y como no, al Santo Cristo de la Antigua. A Éste fue al primero que puse y a Éste fue al último que quité. Cada día que pasé ingresado los miraba a ambos en varias ocasiones, y éstos fueron los que me hicieron, todo este tiempo, la vida y mi enfermedad, más soportable.