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REVISTA DEL CRISTO 2009

El Soberao de la Tia Abuela Felisa

  

   EL “SOBERAO” DE LA TÍA ABUELA FELISA

 Introducción.- Son muchas las reliquias que  albergan aún los desvanes de nuestros abuelos. Una de las halladas en los sombríos fondos de arcones centenarios, nos narra en formato fotográfico, la restauración que nuestro patrón el Santo Cristo de la Antigua tuvo en el año 1967.   Esta sagrada imagen se hospedó por un tiempo en los soberaos que más abajo se narran. Su camarera fue la piadosa Felisa Garrido Barrera, nuestra queridísima tía abuela, hermana que fue de Curro Garrido, conocido de todos los espereños. Una vez escaneadas estas fotos y aumentando las imágines con la lupa digital se puede comprobar fehacientemente, el lamentablemente estado de conservación que detentaba en aquellos momentos la hermosa talla de nuestro reverenciado salvador y el maravilloso milagro obrado tras la restauración. Su restaurador fue Quiroga de los Monteros. 

 

 

El siguiente relato se escribió para el concurso radiofónico Historias de la Vida.

 

 

 

…..Largas cadenas de besos y abrazos a las puertas del cementerio de nuestro pueblo natal; Espera. Esta vez se nos marchó el amado tío Mario, y con él se perdía, otra hermosa página condenada a diluirse en el éter del tiempo.

La familia Garrido venida de todas partes para dar otro último adiós. Tomamos con resignación el vernos tan sólo con ocasión de la despedida de nuestros mayores. Nuestros mayores… ¡Dios, cuanta sabiduría viaja y se esfuma con los difuntos!

 Bajando la cuesta del campo santo, algunos entramos a visitar a la tía Carmen; su viuda, la última habitante de la vieja casa de los Garrido. El alzhéimer la mantiene postrada en una cama y esa circunstancia sirve de escusa para que los que estamos más próximos al pueblo, volvamos de vez en cuando a ese viejo hogar. 

 

La casa es espaciosa y hermosamente andaluza. El patio se perfila mediante un peristilo de vetustas columnas y en su centro, el pozo tachonado de culantrillos, riega con su cubo un jazmín que enreda sus sierpes hacia las estancias altas. Hacia este espacio misterioso me dirigí escaleras arriba con uno de mis primos. En ese mágico lugar, ¡todo era recuerdo! En sus descalichadas paredes se habían dormido los calendarios, como un perpetuo otoño. Salas enormes con perfume a siglos y a las almendras traídas de la finca.

De niños, jugábamos a escalar interminables montañas de grano ensilado y tocar las vigas del techo con nuestros párvulos dedos. Recuerdo aún como el aire se hacía trigo y el trigo, juguete.

 

Reparamos en una puerta del fondo que se mantenía cerrada desde hacía largo tiempo. El primo Mario la abrió y tras ella apareció una imagen congelada por el tiempo, bañada por la luz de un ventanuco orientado hacia el patio. Un sorprendido gorrión voló despavorido desde las baldosas de barro. Cajas, maletas y baúles aparecieron desordenados por toda la habitación mientras nosotros, como chiquillos ansiosos en una mañana de Reyes, fuimos desempolvando todo tipo de objetos conservados desde centurias.

 

Fueron surgiendo fotos en cartón con seres de otras épocas. Cartas, cientos de cartas selladas desde San Juan de Puerto Rico, Montevideo, Madrid, Jerez o Sevilla. La particular diáspora familiar. Manuscritos, poemas, añejas contabilidades, felicitaciones navideñas. Desde textos remotos datados en 1830, hasta bellísimas estampas religiosas de dorados calados.

 

Comprendí al pronto que lo verdaderamente maravilloso se sustanciaba en la correspondencia  y en la tinta sabiamente vertida por aquellos que quedaban en el cementerio.

Dedujimos que la humilde historia de los Garrido se conserva gracias a la labor recaudadora, meticulosa y fecunda de nuestra tía abuela Felisa, fallecida en los años setenta. 

 

Con ayuda de las nuevas tecnologías; escáner y programas de tratamientos de imagen, vamos descubriendo ante nuestros asombrados ojos, un universo oculto. Detalles tales como la tinta diluida por una lágrima, el surco dejado por un borrado de lápiz o desdibujados besos de carmín. Gozamos al ver aumentadas al infinito, la geografía vertiginosa de caligrafías de otras épocas. 

 

Volvemos de vez en cuando al pueblo donde nos esperan cartas sin sobre, sobres sin carta, poemas sin dueño y rostros sin nombre. En estos precisos momentos seguimos la pista al retrato de un personaje de gran bigote, que posa con atuendo militar y un sable a la cintura.  Este antiquísimo sable siempre estuvo dando tumbos por la casa hasta que un buen día desapareció. Mediante la lupa digital lograremos ponerle nombre a su dueño. 

¡A fe que lo conseguiremos!

 

Las lágrimas volvieron a mis ojos al hallar cartas de mi padre escritas desde el frente.

 

“Estafeta nº 90. En Campaña a 15 de Noviembre de 1938, III Año Triunfal…. A Doña Felisa Garrido de Ibáñez… Querida tía…” 

Mi padre marchó a la guerra siendo un huérfano zagal de diecisiete años.

 

Esta historia está inacabada pues cuando concluyamos de clasificar nuestro tesoro, haremos una gran fiesta en la coqueta finca familiar de nombre “El Madrigal de Felisa”. Proyectaremos una filmación en gran pantalla, con lecturas dramatizadas de cartas de vertiginosa caligrafía,  recitados de poemas de la tía Felisa, del tío Mario; recordando a Víctor, al abuelo Curro….

Vendrán los primos los curas, que son cuatro alegres mayores y gozarán viendo cómo conservamos las invitaciones de las que fueron sus primeras misas.

La familia unida para ver en película sepia, cartas de amor como aquella escrita en agosto de 1910 desde El Madrigal y que nos ilustra sobre el arte de remansarnos…

 

…. “Paso los días en estos pacíficos campos, exento de toda turbación. Mi mejor música es el misterioso silencio, mi mejor compañía la soledad halagadora. Hoy tengo tan llena mi alma de cosas, que ya necesita en quién vaciarlas.”…..

 

 

Estos son los ecos silbantes de aquellos que yacían en  ese “soberao” de dormidos calendarios.

 

Cristóbal Garrido Jiménez

6 Diciembre 2008

 

 

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