Me gustaría contaros alguna anécdota del Santo Cristo, de las muchas que sé, como buena espereña, desde que era niña, y que han ido corriendo por el pueblo año tras año.

Pero este invierno, un viernes por la tarde cuando iba al Castillo, me puse delante de Él y oí en mi interior como si me dijera: "No cuentes nada de mí y habla de lo que he hecho yo en ti".

Se me agolparon tantos sentimientos que me quedé sin palabra. Desde mi Madre hasta mi Juan Manuel al recordarlos, me latía el corazón de agradecimiento, ni siquiera me llegué a acordar de la enfermedad grave por la que había pasado, porque me sentía sanada más fuerte que nunca.

Tampoco me acordaba de la distancia que tuvimos que recorrer al cruzar el charco, cuando fuimos a recoger a nuestro hijo. El Santo Cristo no solamente nos acompañó en aquel largo viaje sino que nos fue abriendo camino y allanando las dificultades.

 Le doy gracias porque me permite olvidarme de mi, para entregarme a quien me necesite; por  supuesto que no sería posible esta realidad, sin Manolo mi esposo que es el guardián y custodio de mi casa y sin tanta gente buena que encuentro en el camino. Pero la fuerza me viene de lo alto del Castillo, de ese no se qué irradia nuestro Santo Cristo cuando lo miro y me mira. Por eso hoy no tengo otra cosa más que decir: ¡GRACIAS!