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REVISTA DE NAVIDAD 2008

Cinco minutos con Mario

Cinco minutos con Mario

 

En sus últimos días entre nosotros, aún era frecuente verlo con sombrero y bastón en la terraza de Tomás, paseando por la Plaza de la Iglesia, mirando hacia el Castillo o por la calle de Los Toros. Su particular geografía, su pueblo.

Ahora gusto de recordar el eco de su cálida palabra, cargada de fino humor, y de esa inteligencia especial preñada de destellos geniales, que solo los humildes atesoran. Su impenitente humildad intelectual. Con el paso de los calendarios ha escrito sin saberlo, mil páginas de amor en el corazón de aquellos que lo conocimos. 

Aún lo recuerdo en su casa, sentado en el amplio porche que da al patio. Un lugar hermoso, rodeado de vetustas columnas que sirven de ventana a ese coqueto rincón refrescado por un mágico pozo. Todo un espacio hecho para el ágora y las risas, también para los recuerdos; siempre los recuerdos.

Cinco minutos con Mario eran cinco eternos minutos de aire cálido soplado desde  su pasado, tiempo pasado que sabiamente lo hacía nuestro.                  

                                                                                 

Una determinada mañana hablábamos de los momentos felices y remotos vividos en El Madrigal; El Madrigal de Felisa como gustaba de llamarle. Con la mirada detenida en un espacio entre el ayer y la nada, te recordaba cómo le calaba hasta lo más hondo de su ser aquel  horizonte que moría al oeste y sus atardeceres fundidos en un crisol de colores imposibles.

                                                                                          

Otra tarde cualquiera y en distinta tertulia resurgía el más recurrente de los temas, el que más anclado llevaba a su sombra; su pronta orfandad. Aún siendo un niño y muerta su madre de parto, el disfrute de su padre se lo robó un pelotón de fusilamiento. Vinieron a asesinar a Curro Garrido pero Espera adoptó cariñosamente a ese crio, como hijo del pueblo. Siempre buscó a su padre, y en esa imagen paterna idealizada, en ese juego de espejos se fue fraguando como un ser humano excepcional.

Como gema del pasado guardaba en  algún cajón, la filmación que en tiempos de la Segunda República y la Reforma Agraria hicieron de una sencilla escena familiar. Luz, su madre entra en el comedor con una sopera en las manos mientras alrededor de una amplia mesa, espera con rostro severo, Curro Garrido y sus siete hijos. Mario, el más pequeño de todos, golpea la mesa con la cuchara.

 

Mario atesoraba una forma especial de contar las cosas. Verbalizaba con un tempo en la voz, que te absorbía hacia lo que te estaba narrando. Poseía una notable cultura humanística, siendo un ávido lector de autores como Ortega y Gasset, de historia local, de poesía, como así lo atestigua su nutrida biblioteca que aún conserva la familia. Escribió páginas hermosas que algún día verán la luz. Fueron muchos los que le consultaban sobre las cuestiones más diversas, y siempre tuvo hacia todos sus paisanos, buen gesto y vocación de ayuda.

 

Todos los Diciembres, llega de la mano del frio la Navidad y recuerdo los festivales navideños que se organizaban en los cines y como no, aquellos joviales grupos de campanilleros. Él participaba en múltiples facetas de la vida de Espera.

Es complicado ser un ecuánime exégeta de quién se admira, pero como corolario de un proverbio árabe que reza “quien no entiende un gesto; una simple mirada, no comprende una larga conversación”, puedo afirmar que existen seres humanos que con un solo gesto en su vida se auto biografían por sí solos. Este que sigue a continuación es el gesto de Mario; el relato de su particular mirada sobre La Navidad.

 

 ……..Hubo un tiempo, cuando aún muchos espereños vivíamos diseminados por sus campos, en el que tuvo la feliz idea de llevar a estos alejados lugares el verdadero espíritu de la Navidad. Partidas nocturnas de campanilleros, alegres y felices se apiñaban en los asientos del coche de Mario. Aparcaban a distancia de las casas de campo y moriscos que permanecían  dormidos de luz y silencio, mientras él y su tropa, al son de guitarras, almireces, botellas de aguardiente y zambombas, hacían sonar “Si a Espera hubieran venio José y María por La Navidad, en la cueva que hay en el Castillo, hubieran tenio su primer portal”. Al compás del mágico eco de las paredes, tímidas lámparas se iban encendiendo en el blanco caserío, mientras los campesinos recién salidos del lecho y con la expectación y alborozo en sus rostros, abrían de par en par la puerta para recibir a esa bendita hermandad; al verdadero espíritu de La Navidad.

Obsequiosos, como solo la gente humilde de campo sabe ser, abrían cajones y alacenas, para vestir su mesa con pestiños, polvorones, roscos de vino y anís. Después de la celebración todo se evanescía suavemente en la fría noche, la música se hacía distancia y la distancia recuerdo. Al apagarse la última lumbre de la hacienda, solo quedaba prendido del ambiente, el olor navideño a licor y el calor humano dejado por un ser especial que comprendió como nadie, que el amor es la única cosa que crece cuando se reparte.

 

Mario, el Gran Humanista. En sus reflejos paternos de espejos quedó sellada esa “sangre caliente de macho, en un corazón de niño”.

Querido tío, aún no puedo soñarte porque te mantengo presente.

 

 

…….”Si a Espera hubiera venio Mario Garrido esta Navidad”.    

   

 

       Cristóbal Garrido Jiménez

       Jerez de la Frontera 21 Octubre 2008

                    

 

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